Queridos Hermanos: me honra poder disponer de vuestra atención durante unos minutos y quiero darles las gracias a los miembros más jóvenes de nuestra Hermandad por hacerlo posible. Jóvenes que, además algunos de ellos, son compañeros míos de trabajadera bajo el paso del Santísimo Cristo de la Misericordia y Nuestra Señora de la Piedad. Son ellos los que me han dado esta ocasión de dirigirme vosotros.
Ellos me han pedido que os explique en poco espacio de tiempo cuales son mis sentimientos, como costalero veterano, al tener el privilegio de llevar sobre mi costal a Nuestros Amados Titulares el Miercoles Santo de cada año.
La verdad…he de deciros que esto se me antoja muy difícil. ¿Cómo explicar un sentimiento, una vivencia tan íntima y particular en cada uno de nosotros?,¿Cómo puedo expresaros con pocas palabras lo que guarda mi corazón cofrade en ese cofrecito interior donde se atesoran lascosas grandes del alma?,¿Cómo puedo explicaros lo grande que es sentirse costalero de Nuestra Señora de la Piedad y su Bendito Fruto Inerte?
Para expresaros mi sentir, tendría que estar horas y horas contando cada momento mágico vivido con Ella, bajo su paso y junto a mis compañeros. Y aun así creo que no me entenderíais sin haberlo vivido vosotros mismos. Expresaros lo que siento se me hace imposible.
Pero sí que puedo hacer algo… contaros una cosa. Una cosa que os dará una idea muy aproximada de cómo se siente mi alma cuando goza el privilegio de ser su costalero. Os voy a contar un secreto… un secreto entre Ella y yo. Esto… esto que os cuento nunca se lo he contado a nadie…pero os lo quiero contar a vosotros:
La Piedad… Nuestra Virgen de la Piedad, me habla cuando soy su costalero. Si, si… me habla. Y no me habla solo cuando voy bajo su paso haciendo mi labor de costalero. También lo hace en los relevos, cuando estoy fuera del paso, en cualquier esquina, y la veo acercarse desde lejos sobre los costales de mis compañeros. Yo la miro a los ojos y veo sus lágrimas…y le pregunto por su sufrir, le pregunto qué puedo hacer por Ella.
Y Ella me cuenta sus cosas, me cuenta sus pesares. Me cuenta de esos vecinos, hermanos cercanos a nosotros, que se acercan a rezarle, a rogarle a darle gracias…
Me cuenta sobre las penurias con que viven algunos hijos suyos en este Valle de Lágrimas, de lo preocupada que esta por su gente del Arenal. Del hermano que solo tiene para pagar la luz o la hipoteca, pero no ambas cosas. Del amigo al que le falta dinero para comprar los libros del más pequeño de la casa o del que no le llega a final de mes para darle de comer decentemente. Del vecino que tiene un familiar enfermo o del que, en su propia enfermedad, intuye que todo está perdido y busca ciegamente
su consuelo.
Ella me cuenta todo esto...¡Cuántas cosas me cuenta la Virgen cada vez que la miro a los ojos! Y yo… yo la escucho. La escucho y le digo que mi sacrificio y el de todos sus costaleros lo ofrecemos por toda esa gente, por sus hijos del Arenal, por todos esos hermanos cercanos que sufren, para aliviar de alguna forma sus penas con nuestro esfuerzo… Para que Ella no se sienta tan triste.
Pero la miro y siguen cayendo lágrimas de sus ojos. Y me cuenta que, cuando sale del barrio y escucha a sus hijos, fuera de las fronteras del Baratillo, aún se siente más apenada. Ella llora por todos los que sufren las injusticias de este mundo. Por los que desconocen lo que es la paz en sus vidas. La que su Hijo quiso entregarnos y algunos rechazamos en pos de la guerra. Llora por los que pasan hambre mientras otros tiran la comida que les sobra. Llora porque a su lado ya le sobran legiones de Querubines en los Altares Celestiales y no quiere engrosarlas con más niños
pequeños que mueren inocentemente.
Entonces soy consciente de que, ni todas las levantas que demos bajo su paso, ni todas las reviras sobre los pies, ni todas las marchas procesionales que se toquen, ni todas las saetas del mundo… serán capaces de consolar su llanto… El llanto de Nuestra Madre.
Cuando la veo llorar así no comprendo en mi interior como le es posible sufrir tanto por todos nosotros y olvidar su propio dolor. Madre – le pregunto – ¿Cómo puedes sufrir tanto por tus hijos de esta tierra cuando llevas a tu propio Hijo sin vida entre tus brazos? ¿Cómo puedes olvidar la angustia de perder al Hijo propio y lloras por esta humanidad injusta más que por la muerte del que fuese tu sangre?
Y ella me contesta con una leve sonrisa dibujada en sus labios: Tú lo sabes bien costalero, lo sabes tú y toda mi cuadrilla de corazones valientes. La humanidad es mi mayor preocupación… y no sufro tanto por mi Hijo como por ella porque gracias a vosotros, mis costaleros, sé en mi interior que mi hijo no está muerto, que no...
Él solo viene dormido. Miralo bien costalero, mira como reposa su
cabeza en mi mano y en mi regazo tendido. Porque Él… no está muerto. Él solo viene dormido. Y cada Miercoles Santo vosotros, mis costaleros… me lo contáis al
oído.
Que no está muerto, que no Señora. Él solo viene dormido.
Y venimos a portar su Cruz sobre nuestro cuello herido.
Pa que tu hijo no despierte. Pa que siga en tu regazo tendido.
Pa que lo acunes con mimo y pasees por Sevilla al mejor de los nacidos.
Porque Él… Él no está muerto. Que no, Madre mía.
Él solo viene dormido, sobre andares costaleros del barrio del baratillo.
Y cuando dejo a Nuestra Madre de la Piedad, enajenada de la verdad, acunando a su Hijo con mimo en una nana eterna, en esta capilla, en este pequeño cofre donde nuestra Hermandad guarda el gran tesoro que son nuestros Titulares, yo me quito mi costal y vuelvo a buscarla por las calles de su barrio.
Pero esta vez cuando la veo, viene un poco más alegre y no se llama Piedad. Ahora es Reina bajo palio y se llama Caridad.
Viene poquito a poco en su palio por el postigo,
la puerta de las murallas que está más cerca del rio;
y quiere cerrarse el arco para que ella no pase,
y se quede allí por siempre con su gracia y con su arte.
Derrochando torería, afianzados los costeros,
sobre los pies despacito la traen sus costaleros.
Ay quien pudiera ser ellos Madre del Arenal
para ir bajo tu palio cuando eres Caridad.
Ay quien pudiera mecerte entre varal y varal
y ser costalero tuyo tan solo una chicotá.
Yo ya sé que es ser costalero, bajo el peso de tus andas,
cuando meces con cariño el fruto de tus entrañas.
Pero quiero saber que se siente bajo tu palio torero
y llevarte poco a poco por tu barrio con esmero.
Quiero sentirla en mis hombros, para poderos contar
lo que siente un costalero, que ha podido pasear,
las dos Reinas del Baratillo… tesoros de mi Hermandad;
las dos virtudes más grandes que tiene la humanidad
Una se llama Piedad y la otra Caridad.
Me pedisteis sentimientos
y no supe que expresar
me puse mis alpargatas,
el folio como costal,
me fajé con las palabras
para dar mi chicotá,
y del sentir veterano,
lo escrito, escrito está.
Estos son mis sentimientos
y los mostré sin pudor,
y no quise multitudes
que oyeran mi confesión.
Me ha bastado su capilla
para mostrarle mi amor
y ante vosotros, hermanos…
desnudé mi corazón.
Emilio Casado
HERMANO EMILIO Y ANTONIO, VUESTRA FAMILIA DE HERMANOS COSTALEROS OS DAMOS LAS GRACIAS Y QUE NUESTRA VIRGEN DE LA PIEDAD OS BENDIGA SIEMPRE
